domingo, 25 de diciembre de 2011

Jesús hijo de Dios


Jesús hijo de Dios





Eduardo Garibay Mares
Viernes 30 de Diciembre de 2005
Cambio de Michoacán

“Y para eso el Verbo se hizo carne, y habitó en medio de nosotros, y nosotros hemos visto su gloria, gloria cual el Unigénito debía recibir del Padre, lleno de gracia y de verdad”. Juan de Betsaida.

Antes de Jesucristo, y después de Jesucristo, son referencias de las eras antigua y nueva, cuyo fin y principio respectivo fue marcado por el nacimiento de Jesús, el Cristo, el Mesías anunciado por los profetas, el hijo de Dios hecho hombre, conforme en el Antiguo Testamento se predijo y en el Nuevo Testamento se ve cumplido al nacer de la Virgen María, en Belén, y cuya celebración de su nacimiento es asimismo razón no sólo para hermanar buenos deseos entre naciones y personas, independientemente de razas, ideologías y religiones, sino para declarar treguas de paz entre países en guerra.
Anunciación  y concepción
“Dios te salve ¡oh llena de gracia!, el Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres”, dijo el Ángel Gabriel a la Virgen María, al anunciarle que habría de concebir y parir a un hijo, a quien pondría por nombre Jesús. Oración que Isabel su parienta repitió al expresarle: “Bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre”, cuando la visitó María, quien al respecto dijo: “Mi alma glorifica al Señor”.

Historia sagrada y geografía histórica

Además de la genealogía de Jesús, que comprende catorce generaciones desde Abraham hasta David, catorce de David hasta la transportación de los judíos a Babilonia, y catorce generaciones más desde la transportación de Babilonia hasta Cristo, el Nuevo Testamento documenta la vida y obra de quien por la redención de la humanidad de todos los tiempos fue crucificado, muerto y resucitado, para reintegrarse a trinidad divina.
Esposo de María, José, varón justo, piadoso, y padre putativo de Jesús, es decir, tenido por padre, sin serlo biológicamente, hizo a cabalidad lo mandado por el Ángel del Señor, que se le apareció en sueños diciéndole: José, hijo de David, no receles de María, porque lo engendrado en su vientre es obra del Espíritu Santo, y así es que parirá un hijo a quien pondrás por nombre Jesús, pues él es quien ha de salvar a su pueblo y de liberarlo de sus pecados, a fin de cumplir lo profetizado por Isaías, quien dijo que la señal divina se daría cuando una virgen concibiese y diera a luz a un hijo, cuyo nombre sería Emmanuel: Dios con nosotros.
Madre del Salvador, María, nacida en Nazaret en el año 19 a. de J. C., cuyo nombre significa señora, dueña, soberana, en siriaco, mezcla de lengua hebrea con caldea, y en hebreo estrella del mar, fue hija de Joaquín y Ana, pertenecientes todos a la tribu de Judá e integrantes de la estirpe regia de David, quien tuvo por patria a Belén, igual conocida como Belem o Bethlehem, pueblo de la antigua Palestina donde nació también el niño Dios, que al crecer predicó la religión de la paz y del amor, y quien fue perseguido y finalmente crucificado en el año 33 de nuestra era, durante el reinado de Tiberio, emperador romano del año 14 al 37 d. de J. C.
Un contexto imperial en que Juan El Bautista, hijo de Isabel y Zacarías, predicaba de Jesús lo profetizado por Isaías, y por ello advertía que tras él venía otro que era más poderoso, quien los bautizaría no con agua sino con el Espíritu Santo. Días en que Jesús llegó ante él y Juan lo bautizó en el río Jordán, luego de lo cual, al salir Jesús del agua, se abrieron los cielos y el Espíritu Santo, en forma de paloma, descendió y se posó sobre el Mesías, al tiempo que una voz del cielo le decía: Tú eres mi hijo querido y es en ti en quien me estoy complaciendo.

Navidad de Dios

José y su  esposa María llegaron de Nazaret, desde Galilea, a la población de Belén, en la región de Judea, a fin de empadronarse y cumplir el mandato promulgado por Augusto. Y sucedió que allí le llegó a María la hora del parto, luego del cual envolvió a su hijo primogénito en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no hubo lugar para ellos en ningún mesón.
Mientras tanto, a pastores que en aquellos contornos velaban esa noche al cuidado de sus rebaños, un Ángel del Señor, resplandeciente de luz divina y para grandísimo gozo de todo el pueblo, les comunicó que acababa de nacer el Salvador, el Mesías, al que habrían de encontrar envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Un mensaje culminado con la aparición de un ejército numeroso de la milicia celestial, que alabó a Dios diciendo: ¡Gloria a Dios en lo más alto de los cielos, y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad!
Esto es, que había nacido en Belén el niño Dios, a quien igual que los pastores los tres reyes magos acudieron a adorar, luego de ser guiados desde el Oriente por una estrella hasta llegar al territorio reinado entonces por Herodes, donde al fin encontraron el poblado profetizado por Miqueas como aquél del cual habría de salir el caudillo que rigiese al pueblo: Belén de Judá, lugar donde la estrella que guió a los reyes magos se paró en el firmamento sobre el sitio donde estaba el niño Jesús, al cual hallaron con María y José, y postrándose lo adoraron, ofreciéndole presentes de oro, incienso y mirra.
Luz y unión del mundo
Conforme la Ley de Moisés, la sagrada familia se trasladó al templo de Jerusalén, donde el niño Jesús habría de ser presentado y circuncidado. Sitio donde Simeón esperaba día a día la llegada del Mesías, puesto que el Espíritu Santo le había revelado que no moriría antes de ver a Dios hecho hombre. Por eso al abrazarlo Simeón bendijo a Dios diciendo: ¡Ahora sí Señor, ahora sí que sacas en paz de este mundo a tu siervo, según tu promesa, porque ya mis ojos han visto al Salvador que nos has dado, al cual tienes destinado para que, expuesto a la vista de todos los pueblos, sea luz brillante que ilumine!
Nacimiento del niño Jesús en Belén, que culminó la era antigua y que es punto de partida de esta nueva era de redención del género humano, por la gloria de Dios y para la paz en la tierra. Navidad del divino redentor que es la razón que une a la humanidad en los buenos deseos de paz, amor, salud, y prosperidad, en un mundo creyente o profano, que incluso deja de lado conflictos políticos o bélicos, aunque temporal y fugazmente, para unir afectos en un abrazo e intercambiar anhelos de bienaventuranza, independientemente de razas, ideologías y religiones, con dos palabras que compendian, explícita e implícitamente, el nacimiento terrenal de Jesucristo: ¡Feliz navidad! Ni más ni menos.


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