miércoles, 1 de junio de 2011

Clásicos desde la actualidad









Quijotesca lucha contra la inequidad
Eduardo Garibay Mares
Viernes 27 de Mayo de 2005
Cambio de Michoacán
 “De esta manera habían de salir de sus gobiernos todos los malos gobernadores, como sale este pecador del profundo abismo, muerto de hambre, descolorido y sin dinero”. Miguel de Cervantes Saavedra (Alcalá de Henares 1547-Madrid 1616).
Don Quijote de la Mancha, obra arquetipo del idealismo en que el español Miguel de Cervantes Saavedra, exaltador de la libertad, reflejó la sempiterna lucha contra la inequidad existente entre clases sociales, donde la locura con que dotó a Don Quijote le permitió consignar, sin ser reprimido por ello, la estructura de los grupos de poder y sus nexos con los gobernantes.
Fue el ingenioso hidalgo, en tiempos de nula libertad de expresión, quien al cabalgar en Rocinante y romper espadas contra molinos de viento posibilitó al autor rescatar valores universales, e incluso sentar precedentes de respeto a los derechos humanos, al así también poner en evidencia, entre muchas otras cosas: primero, que a la cultura impuesta desde el poder se debe el que quienes luchan contra la inequidad sean considerados idealistas, quijotescos o, de plano, locos, por estar destinados a siempre perder; segundo, que el caballero andante, el luchador social, ha de ser previamente reconocido y tolerado como tal por las élites, a las que asimismo está destinado a servir; y tercero, que son los poderosos los que ponen y quitan gobernantes.
Esto es, que las características contextuales del siglo XVI, que en lo fundamental trascendieron a la luz de cinco siglos y alcanzan la realidad de nuestros días en que, por cuestiones derivadas de la ambición desmedida de grupos de poder y descontrol del Estado mexicano, son asolados en el país los mayoritarios sectores de población y miles de personas emigran por ello a otras naciones. Por eso viene al caso recomendar a estos cuantos privilegiados de hoy la lectura y aplicación de los vigentes consejos que Don Quijote dio a Sancho Panza, cuando éste fue designado gobernador de la ínsula Barataria, por el duque, en las heredades del castillo.
Dispón tu corazón a creer lo que te digo -le expresó Don Quijote-, para que mi consejo te guíe y lleve a puerto seguro, en el oleaje tormentoso donde vas a navegar, porque los grandes cargos son profundos océanos de confusiones. Si estos preceptos y reglas sigues para fortalecer tu espíritu, óptimos serán tus días, perenne tu fama, colmados tus premios, inmensa tu felicidad, casarás bien a tus hijos, títulos tendrán ellos y sus descendientes, vivirás la paz y beneplácito de la gente, hasta morir tranquilamente en la vejez.
Consejos para el buen gobierno
Por ello, para ser buen gobernante, has de temer a Dios, porque en el temerle está la sabiduría, y siendo sabio no errarás en nada; y también has de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que se puede lograr, ya que en el conocerte saldrá el no hincharte como la rana, que quiso igualarse con el buey, porque si esto haces, significará que dejarás de lado tanto el mérito y límite de tu capacidad, como la humildad de tu origen.
Así es -replicó Sancho- pero aunque mi origen es humilde, creo que en el mérito de cada quien reside la igualdad y es por eso que no todos los que gobiernan vienen de casta de reyes. Es verdad -respondió Don Quijote-, por lo cual los que no provienen de la nobleza han de acompañar la gravedad del cargo con una sensatez que, guiada por la prudencia, los libre de murmuración maliciosa, de la que es difícil escapar. Por ello debes hacer gala de la humildad de tu linaje, y enorgullecerte por venir de labradores, porque con ello ganarás el respeto de los demás. Préciate más de ser humilde virtuoso que pecador soberbio. Muchos son aquellos que de baja estirpe nacidos han subido a la suma dignidad pontificia e imperatoria, es por eso que quien se sustenta en la virtud no envidia a los que nacieron príncipes y señores, porque la sangre se hereda y la virtud se conquista, y es por eso que la virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale. Empero, si te busca algún pariente, no lo deseches ni le afrentes, antes le has de acoger y agasajar, porque nadie despreciará lo hecho por Dios ni dejará de corresponder debidamente a su natural origen.
Trae a tu mujer contigo -pues no está bien que quienes asisten a los gobiernos pasen mucho tiempo sin ella-, enséñala, doctrínala y apóyala, para mejorar sus correspondientes conocimientos, porque todo lo que un gobernador discreto puede adquirir, lo suele perder su esposa que, carente del saber respectivo, actúe sólo por impulso. Si acaso enviudas y por el cargo conquistas nueva pareja, no la tomes para que te sirva de anzuelo y caña de pescar, porque de todo aquello que ella reciba, tú como autoridad has de dar cuenta y, llegado el caso, serás penado. Nunca te metas donde no te llaman, como hacen los ignorantes que presumen de agudos.
Justicia y respeto a derechos humanos
Hallen en ti más compasión las lágrimas del pobre, pero no más justicia, que las acusaciones del rico. Descubre la verdad por entre las promesas y dádivas del rico, como por entre los sollozos e infortunios del pobre. No cargues todo el rigor de la ley al delincuente, que no es mejor la fama del juez riguroso que la del compasivo. Si acaso doblas la vara de la justicia, que no sea por la dádiva sino por la misericordia. Al juzgar el pleito de algún enemigo tuyo, aparta su injuria de tu pensamiento y pon tu mente en la verdad del caso. No te ciegue la pasión propia en causa ajena, porque los errores que así cometas, la mayoría de las veces serán sin remedio, y si lo tuviesen, será a costa de tu honor y aun de tu patrimonio familiar.
Al que has de castigar con obras no lo maltrates con palabras, pues le basta al desdichado la pena del suplicio sin la añadidura de malas razones. Al culpado que caiga bajo de tu jurisdicción considérale hombre miserable, sujeto a las condiciones de la depravada naturaleza nuestra, y, sin ponerte en su contra, muéstrate piadoso y clemente, pues aunque son similares atributos, más resplandece el de la misericordia que el de la justicia.
Conclusiones
Hoy en día, desde cotos de poder que remedan heredades e ínsulas baratáricas, donde la quijotesca lucha contra la inequidad perdura, élites y gobernantes en su confrontación arrastran y dividen a la República Mexicana, exhibidos cotidianamente en el espectáculo de medios de comunicación masiva, en su afán por predominar en amañadas encuestas públicas.
De mal en peor en el país, tales poderosos y gobernantes bien harían en seguir los citados consejos de Don Quijote, quien igual recomendó al gobernador Sancho, entre otras cosas, no hacer muchas leyes, e igual le advirtió que, en caso de hacerlas, debía procurar que fuesen buenas, y, sobre todo, que se cumpliesen, no sólo porque una ley que no se cumple vale como si no existiera, sino porque deja ver que al gobernante, que decidió promulgarla, le faltó valor para hacerla cumplir. Ni más ni menos.


Libertad de expresión contra injusticias y gobernantes dantescos
Eduardo Garibay Mares
Viernes 3 de Junio de 2005
Cambio de Michoacán
 “Comunicar la verdad es deber que implica anteponer siempre el bien que es posible realizar por decirla, al mal que se pueda evitar, para sí, por callarla”. Eglisic Severo Garrios
Dante Alighieri nació en Florencia en 1265, en la península itálica. Hijo de Bella y del jurisconsulto Alighiero, quienes murieron cuando él tenía diez años de edad. Para entonces, hacía dos años que Dante estaba enamorado de Beatriz Portinari, con pasión tal que al morir ella, a los 23 años, lo llevó a inmortalizarla en su poema narrativo-histórico-teológico, distribuido en tres partes: “El Infierno”, “El Purgatorio” y “El Paraíso”, en que igual advirtió a mujeres y hombres de la justicia de Dios en la vida eterna, obra que él tituló Comedia y que hoy se conoce como La Divina Comedia. Cincuenta y seis años tenía Dante al morir en Ravena en 1321.
Es obvio que ante la fiera y voraz censura, y al vislumbrar venganzas en su contra y los suyos, por presentar castigados a muertos que habían dejado poderosa estirpe y aludir a poderosos y gobernantes que vivían, Dante clasificó su obra como comedia, para que la severa lección dada a la humanidad toda se aprovechase sin irritaciones, al aceptarse cual ficción o fábula, como los dramas de poemas épicos griegos y latinos, aunque con una doctrina fundada en la fe cristiana, para escarmiento y esperanza de los vivientes. Lección que ahora cabe rescatar en México y, en lo concerniente, aplicar, ante pésimas leyes, justicia y gobernantes, manipulados por grupos de poder político, económico y social, que subyugan al pueblo y destrozan al país.
Leyes, justicia y gobernantes dantescos
Dante ubicó en ámbito infernal leyes, justicia y gobernantes dañinos. Fue así que al ver un tenebroso desplazamiento aéreo, Virgilio, autor de La Eneida quien lo guio también por el purgatorio, le dijo que al frente de los atormentados espíritus iba Semíramis, emperatriz “tan desenfrenada en el vicio de la lujuria, que promulgó el placer como lícito entre sus leyes, para liberarse de la infamia en que había caído”. Donde luego encontraron a los que traficaron en las cortes con su favor y con la justicia, como fray Gomita, que lucró en el juzgado de Gallura con cargos y oficios públicos, e igual falló a favor en contra por dinero. Infierno en el que hallaron, entre sembradores de discordias civiles en la familia humana, a Curión, quien al afirmar que “al prevenido la demora le es siempre perjudicial”, desvaneció los escrúpulos de César, acampado a orillas del Rubicón, cuando al volver éste vencedor de las Galias y permanecer algún tiempo dudoso entre obedecer a las leyes y al Senado, decidió entonces volver a las armas contra la patria.
También expuso Dante las condiciones políticas de sus días, en su encuentro con su conciudadano Sordello, en el purgatorio, al proclamar: “¡Ah, patria esclava, albergue del dolor, nave sin timonel en la gran tempestad, no señora de provincias sino de burdeles!”, en un discurso con que denunció condiciones nefandas que asolaban su país, convertido en esclavo del vicio y la corrupción, porque no había en la silla de la más alta investidura quien pudiese dirigirlo con la fortaleza de su autoridad e hiciese entrar en razón a los muchos tiranuelos locales, que lo transformaban en albergue y receptáculo de corrupción, vicios, muerte y dolor. País y regiones donde gobernantes y poderosos pugnaban por alcanzar el poder, sin importarles que no había sitio que gozase de paz.
Igual hizo ver que la autoridad no debía ser poder político que dominase por la fuerza del arbitrio o, lo que era peor, de las armas, sino a través de la buena dirección de su gobierno, como ocurrió al toparse con el lombardo Marco, quien recalcó que la humanidad se aparta del camino recto si no hay autoridad que guíe sus inclinaciones, y por eso deben hacerse leyes que sirvan de freno, y gobernantes que las hagan cumplir con justicia, puesto que “existen las leyes, pero ¿quién las pone en práctica? Nadie”, porque el que gobierna lo hace con palabras que contradice con sus hechos, y los gobernados terminan por imitar lo que ven en su gobernante, quien, por sobre todo, sólo atiende su beneficio personal. De ahí que la mala dirección sea la causa que perjudica a las regiones y al país.
La verdad contra corruptos y a favor del pueblo
Fue su amada Beatriz quien lo condujo por el paraíso, donde Dante mostró claramente la intención de su obra, cuando al hallar a su tatarabuelo Cacciaguida y plantearle el dilema respecto a contar todo lo visto en su viaje, o callar lo que tendría un mal sabor para muchos, que por ello le odiarían y atacarían, éste le dijo: “Sé como el viento que sacude las altas cimas”, al animarlo a manifestar por completo su visión, sin jamás caer en mentira, ya que su opinión, molesta a poderosos y gobernantes que enfrentada por el logro del bien social, igual movería a la población para culminar sus altos fines.
Corolario
Es obvio que la censura de poderosos y gobiernos sigue coartando en México la libertad de expresión, con premios, hostigamiento o agresión, y la verdad sobrevive entre persistentes ataques a comunicadores, cuya violencia creciente enluta hogares en el gremio del periodismo impreso, esencialmente. Por eso sigue vigente para ser logrado el objetivo que consumó Dante en La divina comedia, ya sea a través de las perennes bellas artes o de los cada vez más diversos medios de comunicación masiva, e igual perdura el dilema, para periodistas y medios de comunicación, sobre publicar o no la verdad, puesto que ha de olvidarse el perjuicio que pueda traer el exponer la verdad sin ambages, movidos por el fin último de lograr el bien social, como portavoces de un pueblo cada vez más subyugado por grupos de poder y gobernantes, autóctonos y extranjeros.
Cabe también identificar lo narrado por Dante con sucesos en torno a leyes, justicia y servidores públicos del Estado mexicano de nuestros días, como lo ejemplifica lo señalado acerca de Roma, en voz de Marco, desde el purgatorio, al afirmar que la ciudad solía tener dos soles, dos autoridades para respectivos ámbitos de gobierno, mismos que alumbraron ambos caminos, hasta que el uno oscureció al otro, y viceversa, donde sin avenencia posible porque ninguno se teme, en la contienda por abarcar las dos potestades cayeron en el lodo que los manchó a sí mismos y a su propio gobierno.
Así las cosas, es fácil identificar a tales poderosos y gobernantes en la tragicomedia mexicana, en que igual se violan garantías individuales de la actualidad, como es el caso del juicio de amparo, potestad de las personas para protegerse de actos arbitrarios de gobernantes que conculcan sus derechos, esto desde el corazón del país hasta el más alejado rincón de los estados de la República, donde superada ya la corrupción de fray Gomita, poco falta para que legislativamente se igualen colmos equivalentes al de Semíramis, para casos político-partidistas de acomodar leyes a la medida de insaciables élites, y que en medio del caos de la maraña de encuestas de popularidad electorera, un remedo de Curión incite a alguno de los ambiciosos de poder, para que al mando de huestes comiciales violente la ley y se apodere del gobierno. Ni más ni menos.


Noticia, crónica e historia, desde Tucídides
Eduardo Garibay Mares
Viernes 1 de Julio de 2005
Cambio de Michoacán
“Uno de los aportes de Tucídides fue la investigación metodológica de las fuentes de información, tanto documentales como testimonios verbales, al confrontarlas y comprobarlas para eliminar en todo lo posible la subjetividad en lo escrito”: Eglisic Severo Garrios
El saber que no hay nada nuevo bajo el sol se constata al transitar el camino en espiral del conocimiento, a la luz del cual es evidente que poco o casi nada se ha avanzado, en cuanto al quehacer del cronista, del historiador y del periodista, en comparación con los avances científicos y tecnológicos en esta era en que no sólo lo escrito en computadora e impreso en papel asimismo puede difundirse globalmente de inmediato por internet, sino que los hechos se muestran en el momento mismo en que ocurren, a través de medios de comunicación masiva que revolucionadamente cambian día a día.
Es obvio que el ser y quehacer del cronista, del historiador y del periodista, por la sola práctica o con grados universitarios, prosigue sin mayores cambios en analogía con precursores en el oficio de investigar y escribir, como se deja ver desde Tucídides, quien sustentó su obra Historia de la guerra del Peloponeso, con sucesos en que personalmente intervino, con informaciones de protagonistas en los acontecimientos y con testigos oculares de los mismos, todo ello de una manera empírica que no le resta valor a su legado, por su objetividad y conocimiento del ser humano y de la política, que lo ubica como el iniciador de una concepción de la historia protagonizada y forjada no por dioses o héroes, sino por hombres.
Nacido en la segunda mitad del siglo V antes de Cristo y muerto alrededor de los 40 años de edad, Tucídides, señalado como ateniense, empezó a escribir noticias desde el inicio de las hostilidades que condujeron a la guerra del Peloponeso; como cronista escribió sólo lo que vio y lo que supo y entendió directamente de personas que, por haber sido partícipes, tenían noticia y conocimiento de los hechos, sin perder de vista que de las mismas personas presentes en un hecho surgen diversas expresiones y versiones, cada cual según la particular formación, afición y capacidad para recordar y expresar lo vivido. Tucídides analizó los hechos en su obra y por eso es que de acontecimientos y procesos, que comprenden la urdimbre histórica, fue a las causas profundas que los explican, acudiendo tanto a los anteriores hechos y situaciones políticas, como a las acciones de hombres de Estado o de militares, quienes por cuyas respectivas ambiciones manipularon a las masas y/o condujeron la situación económica.
En cuanto a la reconstrucción de un proceso histórico, del que en muchos de los casos ya no había testigos, él interpretó indicios que consideró fehacientes, mismos que liberó de la paja de las tradiciones míticas o de las ficciones poéticas de la epopeya, logrando así constituir, primero, la instauración de la historiografía especulativa, que para él era científica, en el más clásico sentido del pensamiento griego; segundo, la fundación de una generación de historiadores, para quienes la verdad del pasado se encontraba al comprender la trama del vivir humano, a fin de discernir respectivos procesos que engloban la realización del hombre como ser social, porque la verdad del pasado no se encuentra sólo en el suceso mismo y, menos aún, en el mero documento.
Esto es, que Tucídides trabajó para cerciorarse por sí mismo las cosas de que escribía, por ello interrogó a los que sabían y comprobó sus informaciones en fuentes diversas, comparando las unas con las otras, sin escribir nada sobre algo que él no hubiese conocido o constatado. Como autor, desapareció detrás del hecho o del documento por él analizado, porque tal actitud impersonal del investigador es garantía segura de su imparcialidad. También tuvo el cuidado de escribir una obra donde el encadenamiento de los hechos guió el desarrollo e igual obligó a seguir un orden cronológico. Al partir del supuesto de que la realidad es totalmente inteligible, Tucídides fácilmente tendió a reducirla a las leyes de lo racional, es por eso que al escribir acerca de las batallas consignó el triunfo mismo de la inteligencia, donde la táctica se convertía en el arte de prever, comprendiendo incluso la intervención del azar, para limitar de antemano sus efectos, con lo que así la victoria resultaba ser la comprobación del razonamiento acertado.
Historia oral y hecho histórico
Principales limitaciones del método sustentado en la historia oral, son: una, la imposibilidad para estudiar el pasado remoto, al no poderse ampliar la perspectiva histórica más allá de lo que puede dar la memoria del informante, ya que los relatos de vivencias no rebasan el tiempo que dura una vida humana; dos, que el investigador puede verse desviado del tema elegido, al depender siempre de los hechos que el informante recuerde, y tres, que las historias particulares rescatadas sólo podrán pasar de lo anecdótico, para constituir la memoria histórica, luego de confrontarse y comprobarse con otras fuentes documentales.
En el terreno de la investigación, respecto al conocimiento de los sucesos del contexto estudiado, Tucídides distinguió dos tipos de fuentes documentales: en uno comprendió los discursos de oradores, difíciles de reconstruir literalmente y que no obstante ser piezas casi inventadas por ellos, de todas formas habían sido insertadas como hechos históricos, razón por la cual él opinó que podían ser tomados como fraude. En el otro tipo encuadró acontecimientos ocurridos en la guerra del Peloponeso, para los cuales se esforzó en registrar sólo aquellos confirmados luego de una exhaustiva investigación, con el fin primordial de superar, en todo lo posible, el elemento subjetivo implícito en la narración de hechos.
Conclusiones
Tucídides desacralizó la historia, con su visión realista del devenir histórico y su propósito de desterrar, como a mitos inoperantes, viejos conceptos, presentando todo proceso a partir del original estado de cosas y causas que lo determinaron, razón por la cual se convenció de que los particulares y diversos factores que impulsan al hombre se basan, primordialmente, en el anhelo de dominio y la codicia de poder.
Él fue el primero en introducir la crítica en la narración histórica, donde midió con igual vara la obra de su antecesor Herodoto, titulada Los nueve libros de la historia, a quien alude al aconsejar que no se dé crédito del todo quienes artificialmente hacen las cosas más grandes de lo que son, ni a los que no sustentan en documentos sus noticias, crónicas e historias, ni a quienes procuran escribir o decir cosas deleitables y apacibles, a los ojos de quien los lee o a los oídos de quien los escucha, que escribir o decir verdades. Esto es, que Tucídides es ejemplo señero que prevalece hasta nuestros días, para ser seguido por el periodista, el cronista y el historiador. Ni más ni menos.


No lo verás, Quijote, en toda tu vida
Eduardo Garibay Mares
Viernes 8 de Julio de 2005
Cambio de Michoacán
El fin de las letras es poner su punto en la justicia distributiva, al dar a cada uno lo que es suyo, y entender y hacer que las buenas leyes se guarden. El fin de las armas es la paz, que es el mayor bien que los hombres pueden desear. Miguel de Cervantes Saavedra.
Desde el prólogo de la primera parte de su libro El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, Miguel de Cervantes Saavedra mostró su rebeldía contra las reglas del juego, establecidas por correspondientes grupos de poder, cuando al reconocer que su obra carecía de lo que sobradamente usaban en sus escritos los quién es quién de su tiempo, y de todos los tiempos, la describió como “falta de toda erudición y doctrina, sin acotaciones en las márgenes y sin anotaciones al fin del libro”, si se le comparaba con otras que no obstante ser profanas o meras fábulas, estaban plenas “de sentencias de Aristóteles, de Platón y de toda caterva de filósofos que admiran a los leyentes, y que tienen a sus autores por hombres leídos, eruditos y elocuentes”.
Porque Cervantes no cayó en el fácil recurso de usar un libro de moda cuyo largo catálogo enlistase a todos los autores, de la “a” a la “zeta”, para poner ese abecedario en el propio, dado que además de no necesitarlo, tampoco pretendió, como otros autores, dar así de improviso autoridad a su obra con dichos sustentos, que en su libro faltaban. Cuestiones todas prevalecen hasta nuestros días, en los distintos cotos de poder, y que en lo concerniente son causa de que los investigadores sólo citen en sus publicaciones, o aludan de viva voz, a los cuantos escogidos contemporáneos que forman parte de su círculo laboral y/o social, así como a personajes nacionales y extranjeros acordes a presuntas características.
Obvio es que la revolucionaria obra de Cervantes tenía en la mira evidenciar, con las puntualidades de la verdad y la conveniente locura de Don Quijote, que en la perenne lucha contra la inequidad habida entre clases sociales, los libros de caballerías eran una falacia prohijada para entretener al pueblo, por parte de los poderosos, a fin de darles esperanza de justicia, libertad e igualdad de oportunidades, las cuales supuestamente habría de allegarles un día con otro algún valiente que, paradójicamente, para servicio de la nobleza tendría que ser primero reconocido y armado caballero, lo cual, a la luz de la paradoja, es definitivo que nunca ocurrirá en tanto no se rompa dicho esquema del poder. Esto es, que locura con que dotó al Caballero de la Triste Figura  le permitió consignar, sin que su libro fuese prohibido y sin ser reprimido por ello, la estructura, nexos y dominio sobre el pueblo, poseídos por grupos de poder y gobernantes, que desde luego jamás será vencida por ningún idealista Quijote cervantino.
Así lo sentencia el combativo autor, al relatar que Don Quijote llegaba a su pueblo cuando escuchó que un muchacho le decía a otro –no te canses, que no lo verás en toda tu vida–, y tomó esas palabras como mal agüero, ya que en ese momento vio que venía huyendo una liebre, perseguida por muchos galgos y cazadores, e interpretó todo eso como señal de que él nunca alcanzaría sus propósitos, ya que además volvía vencido por la estratagema urdida por la elite de su pueblo natal, con todas las agravantes de premeditación, alevosía y ventaja, para que el bachiller Sansón Carrasco, pertrechado como el “Caballero de la Blanca Luna”, lo retara a contender y lo venciera, a fin de que, una vez vencido, conviniera en dejar las armas y se retirara a su hogar, lo cual había logrado el bachiller luego de fracasar en un primer intento en que resultó vencido por Don Quijote, al enfrentarlo en un duelo bajo el nombre y disfraz de “Caballero de los Espejos”.
Crítica y autocrítica
Es en la segunda parte de su obra que Cervantes expone su punto de vista acerca de la escritura de libros, y especialmente del propio, cuando después de escuchar lo que el bachiller Sansón Carrasco le comentaba sobre lo que de él se había escrito, Don Quijote estuvo en desacuerdo con el autor de su historia. Esto es, que Cervantes se criticó a sí mismo, por voz de Don Quijote, de la forma siguiente:
–Con todo–expresó Sansón Carrasco–, algunos que han leído la historia dicen que les gustaría que el autor se hubiese olvidado de algunos de los infinitos palos dados, en diferentes encuentros, al señor Don Quijote. –Ahí entra la verdad de la historia–, acotó Sancho. –También pudiera callarlos por equidad–, replicó Don Quijote–, pues las acciones que no mudan ni alteran la verdad de la historia, no hay para qué escribirlas, si han de redundar en menosprecio del protagonista. Seguro es que no fue tan piadoso Eneas como Virgilio lo pinta, ni tan prudente Ulises como le describe Homero.
Luego de concluir Don Quijote que el susodicho autor no había sido un sabio sino algún ignorante hablador, que a tientas y sin algún discurso se puso a escribir la historia, saliese lo que saliere, Sansón Carrasco defendió al autor y la historia, al afirmar que ésta era tan clara y verdadera que los niños la hojeaban, los jóvenes la leían, los hombres la entendían y los viejos la celebraban, agregando que era tan famosa y leída que todo género de gente la conocía.
Las alusiones que Cervantes hace de sí mismo culminaron cuando Don Quijote concluyó su testamento con la súplica a sus albaceas de “que si la buena suerte les trajere a conocer al autor que dicen que compuso una historia que anda por ahí con el título de ‘segunda parte de las hazañas de Don Quijote de la mancha’, de mi parte le pidan, cuan encarecidamente ser pueda, perdone la ocasión que sin yo pensarlo le di de haber escrito tantos y tan grandes disparates como en ella escribe; porque parto de esta vida con escrúpulo de haberle dado motivos para escribirlos”. Arrepentimiento y disculpas del moribundo Don Quijote, por lo dicho y hecho en tal historia, con que Cervantes descalificó lo revolucionario de su obra, ante la amenaza del juicio y castigo que pudiese venirle desde los altos tribunales humanos, que conocía, más que de los divinos, en que creía.
Corolario
Es en el prólogo de la segunda parte que Cervantes responde a quien lo menospreció por estar viejo y manco. –Como si de mí dependiera detener el tiempo, para que no pasase por mí y sin considerar “que no se escribe con las canas sino con el entendimiento, el cual suele mejorarse con los años”; o si mi manquedad hubiese ocurrido en una taberna y no en la Guerra de Lepanto–, precisó el autor a su crítico, al parecer sacerdote y cercano del Santo Oficio, quien igual dejó ver incomodidad por una obra que calificó de ser, entre otras cosas, más satírica que ejemplar.
Infortunadamente, tal criterio trascendió, ya que Don Quijote sólo ha llegado a ser usado como satírico símbolo de lucha contra el poder, cuya augurada derrota es vuelta realidad por los poderosos, al siempre demostrar que todo propósito y actividad que afecten sus ambiciones e intereses, nunca verán el triunfo. Esto es, que Don Quijote tendría que dejar de ser figura carnavalesca de festivales cervantinos, para convertirse en ejemplo de lucha victoriosa por la igualdad, la libertad y justicia social, al lado del pueblo y sin ataduras ni compromisos con grupos de poder. Ni más ni menos.

Letra por letra
Prensa víctima del Caballero de la Blanca Luna
Eduardo Garibay Mares
Jueves 19 de Febrero de 2009
Deshechas todas sus esperanzas de contrarrestar el infortunio del mundo, Don Quijote quedó derrotado y desarmado al derribarlo de su caballo Rocinante el Caballero de la Blanca Luna, quien con premeditación, alevosía y ventaja lo desafió para derrotarlo y retirarlo así de la lucha andante, lo cual el encubierto personaje ya había intentado hacía tiempo, sin éxito, cuando ataviado como Caballero de los Espejos, le salió al camino a Don Quijote, quien entonces lo venció en la contienda.
Combate al predominio de las ideas sublimes y a la lucha por la equidad humana, constitutivos de la denuncia social que Miguel de Cervantes Saavedra pudo hacer pública y trascendental con su obra El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, sólo al presentarla como producto de la locura caballeresca de Don Quijote, y de la rusticidad de su escudero Sancho Panza. Hechos tragicómicos de antaño que de nueva cuenta en este 2009 reproduce la realidad, cuando análogamente y con todas las agravantes de la ley, en un proceso de creciente embate contra periodistas y empresas de la comunicación libres y libertarias, la confabulación de cada vez más autoridades del Estado mexicano y grupos de poder ataca el pleno ejercicio periodístico al imponer, incluso legislativamente, su propio interés como límite tajante de la libertad de prensa y de la libertad de expresión.
Por eso es que hoy, salida de la hacienda pública y de las abusivas ganancias empresariales favorecidas por políticas de Estado, en ámbitos federal, estatal y municipal, la asignación de dinero es la moderna arma de dos bordes esgrimida por el Caballero de la Blanca Luna: uno romo, con el que marca y pone a sus pies a profesionales y empresarios del gremio periodístico, de medios de comunicación impresos, radiofónicos, televisivos y de internet, a quienes puestos rodilla en tierra somete a su vasallaje, vendida la opinión junto con los espacios comerciales; y el otro afilado, con el que hiere de muerte, para devastar a los periodistas y empresarios de medios de comunicación cuya opinión no es venal ni corrupta.
Y es también por eso que hoy, so pretexto de la crisis económica que incide en el desempleo y el incremento de la pobreza y la pobreza extrema de millones de familias mexicanas, en sistemático embate al periodismo quijotesco la mayoría de las autoridades del Estado mexicano y de las élites autóctonas recrudecen su acometida en un contexto encaminado de inicio al exterminio del periodismo no venal ni corrupto, que después facilitará el finiquito del periodismo vasallo y sus prebendas, preludios ambos del autoritarismo gubernamental, igual ominoso si es de doctrinas de derecha que de izquierda.
“Salvémonos o sucumbiremos”, clama el SOS en pro de la unión del gremio periodístico, para evitar que las libertades consagradas por la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos sean transformadas definitivamente en la manoseada faramalla que ya son ahora, por la potestad del dinero de las muchas dependencias de gobierno de todos los niveles, en contubernio con los grupos de poder, que en este siglo XXI engendran al nada caballeresco Jinete de la Blanca Luna, aniquilador de valores universales de la humanidad, y cuya ruindad favorece la fatal injerencia de los cuatro jinetes del Apocalipsis, de la profecía bíblica, que asolan a Morelia, a Michoacán, a México, y al mundo: el jinete de la victoria, que incita el deseo de conquistar y que conlleva a la sinrazón de la guerra; el jinete de la guerra, que propaga la violencia, el caos, y el hambre; el jinete del hambre, que disemina la enfermedad y provoca la muerte; y el jinete de la muerte, que extingue la vida.
Esto es, que entrelazada la crítica social a lo largo de la trama de su obra, Cervantes Saavedra igual dejó mensajes de esperanza, como lo mostró en sendos episodios de connotación ambivalente. Uno, cuando Don Quijote pudo vencer al artero Caballero de los Espejos, quien luego, ataviado como Caballero de la Blanca Luna, lo pudo derrotar a su vez para que dejara de luchar por la buenaventura del mundo; y otro, cuando al agonizar Don Quijote, y lúcidamente dictar su testamento, el sagaz Sancho Panza lo animó a cabalgar de nuevo, recordándole que quien es vencido hoy será vencedor mañana, lo cual entraña la enseñanza de que en la lucha la oportunidad de vencer es para ambos contendientes, reafirmada con la certera reflexión final, en quijotesco ejemplo que sustenta de pie al gremio periodístico que no vende su opinión, y que tampoco se corrompe por el lícito comercio de espacios publicitarios. Ni más ni menos.