Revista
para América y el mundo, de ciencia, conciencia y libertad
El amor de Emma y Charles
Eduardo
Garibay Mares
Prensa
Libre
Jacona
Michoacán. Lunes 18 de febrero de 2013
Página 2
Por
la poderosa fuerza del amor que vincula a la humanidad, en la selección de su
pareja Emma y Charles decidieron casarse para formar una familia y procrear su
descendencia, por lo que partir de su matrimonio los célebres amantes vivieron
felices, para siempre, la unión conyugal que sólo la muerte separó.
Inteligente
y de amplia cultura, la bella inglesa Emma Wedgwood, nacida el 2 de mayo de
1808 en Maer Hall, se casó con Charles Robert Darwin, naturalista que científicamente
demostró que todas las especies de seres vivos han evolucionado, en el devenir
del tiempo, a partir de un antepasado común, mediante un proceso denominado
selección natural, y al que se le recuerda en ámbito internacional en el marco
conmemorativo de su nacimiento, ocurrido el 12 de febrero de 1809, en
Shrewsbury, Inglaterra, día natal que al coincidir con el festejo del 14 de
febrero, Día de San Valentín, de los
enamorados, del amor y la amistad, propicia destacar en este 2013 el
sentimiento sublime y dejar de lado cuestiones engendradas por el odio,
sentimiento antagónico de cuyas muestras fatalmente también está plagada no
sólo la historia del mundo, sino el diario vivir actual, cuando tristemente el odio
prosigue, de forma creciente, antepuesto al amor.
El poder del amor
Inquieto
por contraer matrimonio y sin poder concentrarse en sus ideas y su trabajo,
Charles, como buen científico, analizó fría y calculadoramente los pros y los
contras de casarse o no casarse, y los plasmó en sendos listados de un escrito
que tituló “Esa es la cuestión”, una lista en la que el investigador no incluyó
el latente sentimiento que lo impulsaba a tomar la decisión vital y más trascendente
de la vida: el amor.
Sí,
el amor que lo hizo estremecerse de excitación al estar al lado de Emma y
sentir una plancha en el estómago, a la vez que experimentaba una sensación
electrizante, mientras caminaban, entrelazados los brazos, por el robledal de
Maer Hall. El amor, siempre el amor, que lo hacía creer que su cabeza, separada
de su cuerpo, viajaba por alguna otra galaxia. El amor del que nace el uno para
la otra, cuya eclosión hizo pensar a Charles que acaso era una nueva
recurrencia de la fiebre de la que acababa de recuperarse. Esto es, el pleno
sentimiento por el que luego, al acercarse a Emma, quien sentada al piano
tocaba la Sonata
en la menor, de Mozart, y ver su hermoso perfil a la luz del sol, que le
iluminaba el cabello que caía sobre sus hombros descubiertos, algo desde muy
adentro lo emocionó e impulsó a manifestarle su amor, envuelto por la música y
ya sentando junto a ella, cuando rodeándola con sus brazos con frases
entrecortadas y atropelladas le dijo que siempre la había amado y que si ella
lo amaba, le pedía que se casara con él; a lo que Emma reaccionó con un beso primero,
inolvidable, por las cálidas vibraciones sentidas en sus labios, para luego
decirle: Charles, aparte de ser el hombre más honesto que he conocido, eres el
más lento. He esperado años a que me propusieras matrimonio. Siempre te he
querido y a veces llegué a pensar que este momento nunca llegaría, me siento
feliz y estoy segura de que lo seré aún más cuando nos casemos.
Declarado
su amor a Emma el 11 de noviembre de 1838 y correspondido por ella, Charles
buscó, encontró y compró casa en Londres, ya que no quería que su noviazgo
fuese largo, y menos aún perderse por más tiempo de la compañía de tan
maravillosa mujer, por lo que de común acuerdo decidieron casarse el 29 de
enero de 1839.
Emma y Charles tuvieron diez hijos:
William Erasmus, Anne Elizabeth, Mary Eleanor, Henrietta Emma, George Howard,
Elizabeth, Francis, Leonard, Horace y Charles Waring. Sin
embargo además de la sensible pérdida de su bebé Mary Eleanor, de menos de un
mes de nacida, fue en 1851 cuando el 22 de abril la amorosa madre y el cariñoso
padre sufrieron el máximo dolor al ver morir a su hija Anne, apenas cumplidos
los diez años de edad, tras una larga agonía por fiebres. Un trance que Emma
asumió con entereza maternal y en el que influyó para que Charles, al
sobrellevarlo con amor, manifestase: “Hemos perdido la diversión del hogar, y
el consuelo de nuestra vejez. Si sólo ella supiera cuán profunda y tiernamente
aún amamos y amaremos su hermoso rostro”, pues aunque resentido en su fe
religiosa dejó de asistir a misa los domingos, continuó su ayuda económica a la
iglesia local, un cambio público por el que negó ser ateo y se reconoció
agnóstico, inclinado al razonamiento metafísico, más allá de lo físico, lo cual
fue una actitud equilibrada ya que tampoco se contrarió porque el conocimiento
científico fue incapaz de devolverle la salud a su hija y salvarle la vida.
El amor y la ciencia
Por
amor fue que Emma y Charles son protagonistas en la crónica romántica que
engarza la contribución de Darwin a la ciencia, como parte de la historia universal
a la que siempre enlaza en su trama el amor, en todas y cada una de sus
manifestaciones vinculantes, y sobre las que sólo se sobrepone el amor a Dios,
cual es también el caso en cuanto a la ciencia, primordial para el avance de
las civilizaciones y la óptima vida de la humanidad y su medio ambiente, ya que
desde siempre la punta de lanza de las teorías científicas más avanzadas está,
invariablemente, por debajo de la esencia divina, de Dios, del Supremo Hacedor.
Y
también por amor fue que para Charles el barco de su vida tuvo propia seguridad,
contra tormentas y mal tiempo que pudieran presentarse. Un barco de vida
familiar que Emma condujo a su lado, siempre amante, serena, paciente, e
inteligentemente, llevando a bordo a sus hijos e hijas, en una travesía de
armonía, felicidad, y, sobre todo, de amor, por el que Emma y Charles, amantes
célebres, compartieron, e igual disintieron respetuosamente, en torno a ideas y
actividades. Una historia romántica que además documenta el aporte de Charles
Darwin al conocimiento universal: proyecto de vida del naturalista al que
también contribuyó Emma, como lo hizo al participar en la corrección del libro
de Charles, titulado El origen de las
especies mediante la selección natural o la conservación de las razas favorecidas
en la lucha por la vida, que fue publicado el 24 de noviembre de 1859, obra
en la que él sustentó hipótesis y teorías que constituyen la base de la
biología moderna.
Charles
Darwin murió el 19 de abril de 1882, y su amante esposa Emma lo sobrevivió
hasta el 7 de octubre de 1896, cuando tras catorce años de separación física, y
más allá de la ciencia, ambos pasaron a la inmortalidad histórica como célebre
pareja unida por el amor: hasta la muerte y en el eterno más allá divino.
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