Semana Santa de Eucaristía,
muerte y resurrección de Jesús
Eduardo
Garibay Mares
Marzo 30 de 2015
Celebrado en el ámbito mundial, el intervalo de tiempo
comprendido entre el Domingo de Ramos y la Pascua es conmemorativo de la última
semana de la vida mortal de Jesucristo: la Semana Santa, en la que,
tradicionalmente, el jueves es el día de la Última Cena, en que Jesús instituyó
la Eucaristía; el viernes es el día de la Pasión y Muerte de Jesucristo, el
sábado es el día que culmina con la noche de Vigilia de Pascua, donde se
efectúa la bendición del nuevo fuego, la iluminación de lámparas y velas y del
cirio pascual, cuya llama simboliza la luz de Cristo Resucitado en el día domingo,
cuando la gran festividad de la Resurrección de Jesús inicia el gozoso tiempo
pascual y se tañen todas las campanas, en proclama de la resurrección del
Mesías Hijo de Dios, muerto en la cruz por la salvación de la humanidad y la
paz al universo entero.
Bíblicamente, conforme al Antiguo Testamento, la fiesta de Pascua conmemora la salida del
pueblo de Israel de Egipto, donde era esclavo, a fin de volver a vivir la
intervención de Dios para salvarlo de la opresión, guiarlo, e iniciarlo en un
periodo de vida en libertad. Memorial que con la llegada del esperado Mesías se
dio, de acuerdo al Nuevo Testamento,
con la Pascua de Jesús, quien en el banquete pascual con sus apóstoles dio
sentido definitivo a la Pascua, que desde entonces es memorial de la salvación
de la humanidad, que revive lo realizado por Jesús con su vida, su muerte
sacrificial, y su resurrección, hechos con los que constituyó Jesucristo la
celebración del nuevo éxodo: el de la salida a una vida nueva, por el camino
hacia Dios Padre.
Misterio
eucarístico sacramental
Recuerdo y actualización de la obra de salvación, de la
Pascua, la Eucaristía, que en griego significa acción de gracias, es el nombre que se da al Santo Sacramento del
Altar, que recoge su doble aspecto de sacramento y sacrificio de la misa, y en
el cual Jesucristo está realmente presente mediante el pan y vino.
Porque en la cena de la Pascua Jesús tomó pan
y bendiciéndolo, lo partió, y se los dio a sus discípulos diciendo: Tomen y
coman, este es mi cuerpo, que por ustedes será entregado a la muerte; y tomado
el cáliz con vino, dando gracias, se los dio a sus apóstoles diciendo: Tomen y
beban, esta es mi sangre, la cual será derramada para el perdón de los pecados;
hagan esto en memoria mía. Instituyendo así Jesús la Eucaristía como memorial
de su muerte y resurrección, con lo que se vive, al rememorarlo, el sacrificio
único del Hijo de Dios por la salvación de la humanidad: el Santísimo
Sacramento del Altar, uno de sus más elevados misterios que por su majestad e
incomprensibilidad acompaña a los misterios de la Trinidad y la Encarnación;
tres misterios que constituyen la triada que sustenta la fe de los millones de
creyentes integrados a la milenaria Iglesia Católica.
Misterio eucarístico en el que se descubre el modo
prodigiosamente condescendiente en que Jesucristo responde al apetito natural
del corazón humano, con un alimento para la inmortalidad, al entregar su
humanidad: la propia carne y sangre de Dios hecho hombre, que están verdadera,
real y sustancialmente presentes en la eucaristía para alimento del alma y su
vida eterna, en virtud de la transubstanciación del pan y el vino en el Cuerpo
y la Sangre de
Cristo Resucitado, mediante el incruento sacrificio del Cordero Eucarístico en
la misa.
Misa en que la persona comulga para su salvación con el pan
y el vino sacramentales. El primer elemento es el pan de harina de trigo,
horneado: la hostia; pan sin levadura: fermentum,
zymos; pan no fermentado, que es pan
de trigo cuya preparación no requiere levadura o polvo para hornear; pan ácimo,
formado por una mezcla de harina de trigo y agua amasada, y luego horneada; pan
ácimo símbolo de la pureza del cuerpo de Jesús, libre de toda corrupción de
pecado, y representativo de la Pascua vivida no con la levadura de la malicia y
la corrupción, sino con plena sinceridad y verdad, pura, cual pan ácimo. El
segundo elemento es el vino de uva, fruto de la vid, que implica el ejemplo y
mandamiento de Jesús, quien en la Última Cena convirtió en su sangre el vino
natural de uva contendido en el cáliz bendecido, y se los pasó a sus discípulos
para que lo bebiesen.
Esto es, que Jesús instituyó la Eucaristía, como
sacramento, con la consagración del pan y del vino al decir: “…Este es mi
cuerpo… esta es mi sangre”, que contienen la completa y entera fuerza de transubstanciación;
y al mandar: “Hagan esto en conmemoración mía”; a fin de perpetuar, como frutos
de la comunión: primero, la unión de Cristo por amor, puesto que Jesús designó
la idea de la comunión como una unión de amor, al afirmar: el que come mi carne
y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él; segundo, el alimento espiritual del
alma de la persona que comulga, merecidamente, ya que la eucaristía no confiere
por sí misma el estado de gracia a la persona, sino que presupone tal estado en
ella, y por eso es imposible para la persona que esté en estado de pecado
mortal recibir la comunión, con beneficio, como igual es imposible para un
cadáver asimilar alimento y bebida; y tercero, la resurrección de las personas
para la felicidad eterna, que Jesús prometió al afirmar: el que come mi carne y
bebe mi sangre tendrá vida perdurable, y lo resucitaré el último día.
Corolario
Aunque devenida en tiempo de asueto para el descanso, la
diversión o el turismo, la Semana Santa, tiempo para la meditación en torno al
memorial bíblico, igual es época en que se representan respectivos pasajes de
la historia sagrada, con participación de poblaciones enteras, donde son
escenario calles, templos y parajes del lugar, en tanto que unas personas son
protagonistas y otras espectadoras de la vívida Pasión, Muerte y Resurrección
de Jesucristo.
Precedida por el Domingo de Ramos, la Semana Santa culmina
la Cuaresma, periodo de 40 días que, iniciado el Miércoles de Ceniza, igual es
tiempo para la penitencia, en el que es tradición popular de la gente ofrecer
como sacrificio y con la intención de reformarse para siempre, por considerarlo
hábito nocivo, abstenerse de comer, tomar o de hacer lo que más les gusta:
tomar café o refrescos; comer pasteles o golosinas; así como fumar, ingerir
bebidas alcohólicas, ir al cine, ver televisión, etcétera.
Esto es, que más allá de conllevar sólo a un temporal
cambio, donde uno de los extremos: negativo, es lo contrario al otro: positivo,
y ambos se suceden uno a otro, como al día la noche, al volver y recaer en lo
mismo, este tiempo atañe a condiciones para la conversión plena, la
transformación total de la persona para ser mejor, y en la que el extremo
negativo deja de ser lo que es y se convierte en lo positivo, sin regresión:
cual ocurre con la transubstanciación, cuando el pan y el vino convierten en el
eucarístico cuerpo y sangre de Cristo, quien murió en la cruz y resucitó por la
salvación de la humanidad y la paz universal.
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