Melchor Ocampo, guía independentista de la persona y la nación
Eduardo Garibay Mares/Colaboración especial
Viernes 11 de Enero de 2008
Melchor Ocampo, abogado, filósofo, científico, reformista y político liberal, nació el 5 de enero de 1814 en la michoacana Hacienda de Pateo, y murió fusilado en Tepeji del Río, del estado de Hidalgo, el 3 de junio de 1861. Prócer por quien la entidad fue nombrada Michoacán de Ocampo y cuyo pensamiento perdura vigente, como ocurre con lo expuesto en su discurso del 16 de septiembre de 1852, en Morelia, cuando se manifestó en pro de la independencia de la persona, de la familia, del gobierno, y de la nación.
«¡La patria está en peligro! Pero unidos lo conjuraremos. Es hablando, no matándonos, como habremos de entendernos», advirtió al llamar en favor de la unión y expresar: «En nombre de nuestra religión, de vuestras familias, de vuestra dignidad, de vuestros intereses todos, os ruego que permanezcáis unidos ¡En nombre de todos nuestros recuerdos y aspiraciones de honor y gloria!».
Así fue el apogeo de su proclama en memoria de la guerra por la Independencia de México, iniciada en 1810 y consumada en 1821, respecto a la cual señaló que «si continuamos en la senda fatal en que nuestras discordias nos han metido, se acaba el gran bien de nuestra independencia», la cual, heredada de los héroes insurgentes, afirmó que no había sido cabal y debidamente aprovechada hasta el momento.
«¿Debe increpárseles porque creyeron que llegaríamos, nosotros sus hijos, nosotros su orgullo y esperanza a ser hombres y cuerdos, mientras la conducta nuestra ni ha sido ni es sino la de niños grandes o de insensatos?», cuestionó al señalar que tampoco se había aprovechado «la lección última que el triunfo de los Estados Unidos sobre nosotros debió darnos. Una vez idos nuestros vecinos ¿Qué pedía la prudencia? Que los males reconocidos se remediaran, que los futuros se precavieran».
Ocampo por la independencia individual y del país
¡Señores! Mientras la organización del hombre se conserve, como hoy nos la muestra su naturaleza, habrá en la especie humana un gran número de individuos que estén no necesaria, pero sí fatalmente sujetos a otros. Es naturalmente indeclinable la dependencia y sujeción del débil al fuerte, del ignorante al sabio, del desvalido al poderoso. Pero es socialmente posible la emancipación de todas estas sujeciones.
La higiene y la ortopedia pueden fortificar o corregir una organización débil y anormal, o cuando menos la gimnástica puede enseñar al dependiente los ejercicios de instrumentos y otros que compensen su natural debilidad. El estudio sobre naturaleza, libros o procedimientos industriales, puede procurar el grado de instrucción que cada uno necesite para desempeñar por sí solo su papel en el mundo. El trabajo y la economía pueden dar a cada uno aquel grado de riqueza esperada para satisfacer sus necesidades reales y fantásticas.
Hay cierto grado y género de dependencia que nos degrada, y es aquel en que no podemos vivir sin el auxilio ajeno: aquel en que ni nuestros negocios, ni el uso de nuestras facultades, ni la subvención a las necesidades propias pueden hacerse por nosotros solos. Somos incompletos, estamos truncos, no existimos propiamente como individuos, siempre que nuestra razón, organismo o medios de subsistencia no basten al desempeño de todas las funciones que la naturaleza y, por lo mismo, la sociedad, que es nuestro estado natural, quiere que desempeñemos. No, no hay individualismo siempre que haya de hacerse por dos, o más, la función que debiera cumplir uno solo, porque la acción y su impulso o resorte están divididos.
Las naciones tampoco pueden serlo, ni aún merecen el nombre de tales, siempre que para los altos destinos que les estén encomendados tengan que valerse del auxilio o complemento de otras. Por el contrario, cuando un cierto número de condiciones se ha cumplido, la dependencia deja de existir, y el individualismo se establece en el justo grado que se necesita para la libertad: la nacionalidad se proclama por unos y se reconoce por otros, porque la nación y el hombre se han puesto en la senda de su relativa e indefinida perfección.
No ha sido cordura desperdiciar los años y la riqueza pública en diversos ensayos de gobierno y administración ¡Desgraciada República, prepárate para la que acaso será la última de tus locuras! Subdividida la inteligencia casi en tantas opiniones como hay cabezas que piensen. La inteligencia, primer poder del hombre y de la sociedad, se halla como diluida en tantos pareceres diversos: no hay por lo mismo opinión, no puede crearse un espíritu público, porque no hay una fe uniforme. La fuerza dividida igualmente y desorganizada piensa resolver por la desolación y el exterminio una cuestión que aún no se formula, un problema cuyos datos aún no se completan por parte de los insurrectos. Los que se pronuncian piden, pero ni saben qué, y si reclaman algo tan sólo es para que los incautos crean que hay motivos para exigir con las armas. La riqueza acumulada por el sudor e industria de particulares, desviada del tesoro común la parte que a él debía entrar, por la inmoralidad e ineptitud de algunos, va casi a consumirse en gastos no sólo improductivos, sino destructores y ruinosos
¡Qué va a ser de ti pobre México, cuando están desquiciados los elementos de tu poder e independencia, y cuando en el vértigo de las pasiones, tus mejores hijos van a desgarrar tus entrañas! Cuando en nombre los unos de la libertad y los otros del orden, como si ambas ideas no fueran compatibles, van a agotar tus fuerzas para entregarte postrada a los pies de tu ambicioso y prepotente vecino ¿Queréis ser independientes? ¡Aprended, trabajad, economizad! ¿Queréis que México lo siga siendo? ¡Uníos!
Corolario
En el marco conmemorativo de su natalicio en este 2008, es vigente el llamado unificador de Ocampo para conjurar peligros que amenazan la vida nacional, proclamado en un día festivo pero empañado, como sucede cotidianamente ahora, por la enseñanza deficiente, la inseguridad, la confrontación violenta entre partidos políticos y grupos de poder, y la pobreza, hoy creciente y extrema: causas históricas por las que también se migraba a los Estados Unidos en busca de mejores condiciones de vida, aunque no en forma multitudinaria como en la actualidad.
Estos es un contexto de desunión y peligro nacional, casi tan grave como el que hoy se vive, por el que, atribulado, Melchor Ocampo reconoció: «Yo no debí mirar el lúgubre horizonte de nuestro porvenir en un día como éste, que debe ser de júbilo, de congratulaciones y grata remembranza. Pero el espectro de la perdida patria se ha presentado ante mis ojos y no he podido reprimir mi conmoción». Ni más ni menos.
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